viernes, 6 de junio de 2014

Jugando a la maestra con "El mundo de Sofía" (Parte II)

¿Nace el ser humano con alguna idea?

  1. Como venimos diciendo, la filosofía está intrínseca en cada uno de nosotros, esperando que se despierte nuestro amor por el saber, por lo que basta con ser humano (cfr. Heidegger) para que la posibilidad aparezca. Pero como también dijimos, hay circunstancias que dificultan este “enamoramiento”.
Para nosotros, que tenemos la posibilidad de educarnos, lo que hace falta para adoptar una actitud filosófica es tener la capacidad de asombro, desnaturalizar “lo dado”, sospechar de que realmente las cosas son como nos dijeron que son, indagar hasta los más profundo de las cuestiones que nos atañen, preguntar constantemente, no dar nada por sentado. De hecho, la falsa premisa que lleva a muchas largas y dolorosas discordias entre humanos, incluso guerras y genocidios, es dar por sentado que ciertas cosas “siempre fueron así” “son naturalmente como las conocemos”. ¡Y dicen que la filosofía no tiene utilidad! ¡Cuantas vidas se habrían salvado con un poquito más de “duda metódica”, con un poquito más de filosofía en la vida de todos! 
Insisto en que esa es la idea de esta materia, despertar el filósofo que tenemos dentro, darle un poco más de espacio y tiempo para que salga a molestar y molestarnos con sus preguntas e inquietudes, para ponerle un poco de sal a nuestras vidas y para disfrutarlas con total conciencia de su compleja belleza.
¿Y cómo haremos para despertar a estos filósofos interiores? No queda otra que correr el riesgo, arrimarnos al abismo y mirar, preguntarnos aquello que hace rato nos queremos preguntar y no nos atrevemos; mirarnos al espejo y buscar seriamente qué hay en nuestro interior, pensar la vida y pensarnos en la vida. Nos guiaremos con algunas preguntas que se hicieron los filósofos a lo largo de la historia, pero al mismo tiempo las iremos enriqueciendo con preguntas que surjan de nosotros.
Son muchas y distintas según cada persona, las circunstancias de la vida que nos llevan a filosofar, a esbozar nuestras primeras preguntas filosóficas. Una de esas circunstancias puede ser el amor; ese sentimiento tan grande, fuerte, ingobernable, sublime, tan difícil de controlar por el hombre al que, según Freud, vuelve vulnerable. La fuerza de este sentimiento, la dicha y el dolor que nos causan nos pueden hacer pensar en qué mágicos seres somos, dónde puede residir un sentimiento así, dónde me duele esta angustia.
Otra de las circunstancias, indisolublemente ligada a la vida que nos despierta el espíritu filosófico es la muerte: ¿Es posible que sólo seamos cuerpo? ¿Es posible que seamos también alma? Cuando el cuerpo muere ¿Dónde va todo eso que quería y aquello que despreciaba de quien murió?
Algo, una cosa, o un suceso, increíblemente bello, sublime, algo que no podemos explicarnos cómo es que existe, cómo alguien o algo lo pudo haber creado (una pieza musical, una escena de un film, un poema, una pintura).
La vida misma es un suceso tan asombroso que nos lleva a que nos preguntemos si es por mera casualidad que yo, tal cual soy actualmente exista o si soy parte de un destino inexpugnable el cual debo conocer para cumplir. O si acaso la vida en sí misma carece de sentido y depende sólo de mi esfuerzo e imaginación dárselo, volver mi vida una vida digna de ser vivida, Sócrates, por ejemplo, decía que una vida sin análisis no merecía ser vivida.

La lista, como dijimos, es interminable. Te invito a que coloques más preguntas en las “categorías” que desarrolle más arriba y que agregues más circunstancias con sus preguntas, que nos lleven a filosofar.

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