Sócrates
1.
¿Existe un pudor natural?
2.
Más sabia es la que sabe lo que no sabe.
3.
La verdadera comprensión viene de adentro.
4.
Quien sabe lo que es lo correcto también hará lo
correcto.
1. En todas las culturas se ha
desarrollado una especie de “pudor” en común, también llamado “tabú”, y es el
tabú o la prohibición del incesto. En las distintas culturas puede variar un
poco qué se considera incesto: en algunas culturas los hombres pueden casarse
con sus primas por parte de la madre y en otras no, lo mismo sucede entre
hermanos (y dichas prohibiciones incluso pueden variar dentro de la misma
cultura según el estatus social). Pero todas comparten la prohibición, por
ejemplo, de la unión entre padres e hijos. Muchos antropólogos, sociólogos,
psicólogos han buscado las razones de esta prohibición universal y han dado
distintas respuestas a esta pregunta. Pero lo importante, para nosotros al
menos, no es tanto el tema del incesto en sí, sino la actitud de estos
investigadores que desnaturalizaron, cuestionaron, algo tan naturalizado para
todos los hombres como es el caso que padres e hijos no sientan atracción
sexual entre sí (o al menos no la satisfagan). Ésta es una actitud propia del
filósofo que, como vemos, comparte con otros estudiosos. Lo que variará entre
las disciplinas serán los tipos de respuestas que se darán a las distintas
cuestiones y también los problemas que abordarán. El caso puntual del incesto
no es un tema, al menos “tradicionalmente” filosófico, aunque la filosofía
puede ayudar con sus preguntas a profundizar sobre esta característica de las
culturas humanas.
2. “Más sabia es la que sabe lo que
no sabe.” Con esta frase también se hace alusión a lo que se entiende por
“actitud filosófica”; esto es, no dar por sentado nada. Culturalmente suponemos
que sabemos muchas cosas, damos por sentado que “andar vestido” es lo correcto,
que creer en un dios es natural como lo es que no podamos conocerlo. Pero
Sócrates con su frase “sólo se que no se nada”, Descartes con su duda metódica,
nos enseñan que nada es natural y que en realidad son más las cosas que
desconocemos (por más “familiares que nos sean”) que las que conocemos. Y que
aceptar este hecho es el primer paso para salir de la ignorancia en que nos
vemos sumergidos en lo cotidiano y comenzar un nuevo camino de conocimiento y
autoconocimiento, tratando, como pretendió Descartes, empezar de cero, “borrar”
todo aquello que damos por conocimiento seguro.
3. Siguiendo un poco con la
respuesta anterior, podemos decir que lo que pretendemos al adoptar una actitud
filosófica, es que el conocimiento que vamos consiguiendo “se nos haga carne”,
es decir, no queremos saber algo “como el padre nuestro” sino que buscamos
sentirlo dentro nuestro, como un conocimiento que nos moviliza, nos interpela,
nos impide conformarnos y hace que deseemos saber más, buscar más conocimiento,
no para dar una respuesta final a nuestras preguntas, sino para profundizarlas,
para complejizarlas, enriquecerlas y que, de esa manera, ayuden a enriquecer
nuestras vidas, nuestras visiones del mundo, etc. Decir que el verdadero
conocimiento es el que viene de adentro no significa, para mí, que dentro de
cada uno de nosotros exista una “biblioteca universal” con todos los
conocimientos del mundo y que sólo debemos saber buscar, saber preguntarnos
para poder hallar en nosotros conocimientos de distinta índole. Creo, en
cambio, que podemos llamar “verdadero conocimiento” a aquel que adquirimos y
que, de una forma u otra, pudimos “hacer nuestro”, vincularlo con nosotros,
hacerlo útil para conocer mejor el mundo que nos rodea y también para
conocernos mejor a nosotros mismos (tarea que el oráculo de Delfos imponía o
recomendaba a todos los atenienses). Cuando al enfrentarnos a una situación de
nuestras vidas, sea una situación trivial, como mover un mueble, o una
situación límite o intensa como enfrentar la muerte o vivir el amor, surgen de
nosotros conocimientos que adquirimos en la escuela, en nuestra casa, en la
calle, y estos conocimientos nos ayudan a enfrentar mejor estas situaciones, a
pensarlas, profundamente, de distintas maneras, entonces es ahí cuando podremos
decir que “dentro nuestro hay verdadero conocimiento”. (Verdadero no por verdad
única en indiscutible, sino conocimiento válidamente adquirido).
4. Para los filósofos de la antigüedad, por ende, era imposible, una vez que conocíamos algo, no aplicarlo a nuestra vida. Una vez abiertos los ojos, ya no podíamos hacernos los "tontos", los "distraídos". El conocimiento que adquiríamos o descubríamos se volvía parte de nosotros, indivisible, imposible de ignorar. Por lo tanto, la maldad sólo existía en quienes ignoraban el bien, lo que era correcto. La maldad no era tratada como una cuestión Metafísica sino Gnoseológica. Para luchar contra el mal en una persona o en una sociedad se acudía a la educación, a la Mayéutica, en el caso de Sócrates, en hacer conocer lo bueno, lo bello, lo correcto; una vez conocidos, las personas vivirían de acuerdo a ellos, por reconocer que eran lo mejor. Ésto nos habla de una muy fuerte confianza puesta en el hombre. Siguiendo éste pensamiento, la humanidad sólo mejoraría (no en sentido de progreso como lo entendemos hoy en día), se volvería más sabia, o, al menos, más coherente. Ya no podríamos ir por ahí diciendo una cosa (lo que conocemos) y haciendo otra, como si nunca hubiésemos aprendido qué era lo correcto.